En el mundo actual, las personas vivimos abrumadas por la complejidad y en busca permanente de la simplicidad. La complejidad nos roba tiempo, dinero y esfuerzo. Cuando algo es complejo, nos cuesta trabajo entenderlo, perdemos la paciencia y muchas veces actuamos de manera equivocada.
Alcanzamos la simplicidad
cuando logramos que las cosas y los actos tengan transparencia (se hable con la
verdad), claridad (se entienda el significado de manera clara) y sean útiles
(se logre el propósito que se pretende alcanzar).
Las familias, las empresas y
los gobiernos pueden lograr magníficos resultados en sus actividades, si asumen
plenamente la simplicidad. Para lograrlo
se requiere una actitud verdadera, un compromiso absoluto y un esfuerzo
permanente de todos los involucrados.
Los principios básicos de la
simplicidad son: la empatía, la esencia y la claridad. La empatía implica que nuestros productos y
servicios estén realmente diseñados considerando las necesidades, los deseos y
las expectativas de las personas. Es necesario ponernos en el lugar de los
demás, para experimentar sus pensamientos y emociones, para asegurar que los
productos y servicios que ofrecemos responden de manera eficaz a los
requerimientos de los consumidores.
Nuestra oferta debe cumplir
con la esencia que busca el cliente. En la actualidad muchos productos y
servicios ofrecen demasiados atributos y el consumidor se confunde y no recibe
lo que está esperando. La esencia del producto o servicio es lo realmente
importante para el cliente.
Finalmente, la simplicidad
requiere claridad. Los productos y servicios deben facilitar el entendimiento y
uso por parte del consumidor, para que verdaderamente logre el beneficio para
el cual fue creado.
En el ámbito de la
simplicidad, las enseñanzas de Aristóteles siguen vigentes: debemos actuar con
“Logos” (lógica y sentido común); “Pathos” (con empatía hacia los demás); y
“Ethos” (integridad, honestidad y transparencia).
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